GALERAS DE TURISMO
VISITE ZAÑA (en Chiclayo, Perú).
A continuación, algo de historia.
Santiago de Miraflores de Zaña
Zaña, o Saña, se encuentra ubicada sobre la margen derecha del río del mismo nombre, 45 kilómetros al sur de Chiclayo, a una altitud de 95 metros sobre el nivel del mar, y dentro de la jurisdicción del departamento, hoy región, de Lambayeque. El valle de Zaña fue estratégico desde los tiempos prehispánicos; era un lugar intermedio en el camino del norte y punto de entrada a la sierra. Su importancia y ubicación relativa era parecida a la que ahora tiene Chiclayo.
El nombre de Zaña aparece muy temprano en la historia del Perú. Pizarro en su viaje de Tumbes a Cajamarca pasó por su valle en 1532 y de allí subió a la sierra. Al narrar estos sucesos el historiador José Antonio del Busto nos ilustra acerca del río y de su contraste con el desierto: “Pizarro y sus hombres entraron a Saña al atardecer del miércoles 6 de noviembre. El pueblo tenía grandes depósitos de ropa y de comida,... El río del lugar, que venía de crecida, detuvo un día a los cristianos, tiempo que sirvió a todos de reposo... La tropa lo pasó en balsas de mates, llevando consigo las sillas de montar; las cabalgaduras... Lo hicieron como siempre. Puestos en la otra orilla los soldados se detuvieron a mirar el panorama: fuera del valle seguía el horizonte de arena...”
Aunque ya desde 1536 Pizarro había entregado las primeras encomiendas en Mocupe y Zaña a don Félix Alonso Morales, la ciudad nació muchos años después. La villa fue fundada por el capitán Baltasar Rodríguez, vecino de Trujillo, por mandato de don Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva, cuarto virrey del Perú, el 29 de noviembre de 1563 con el nombre de Villa de Santiago de Miraflores de Zaña. Hasta ahora se celebra en Zaña ese día una gran fiesta con motivo del aniversario de la fundación de la ciudad, la que al igual que las de Ica y Chancay, constituyó parte del cumplimiento de las instrucciones dadas al virrey por la Corona para intensificar la colonización del Perú. Como paso previo a la fundación de la ciudad, siete meses antes, se había dispuesto un reconocimiento para la selección del lugar más apropiado, tarea que se encomendó a don Diego de Pineda y Bascuñán, vecino de Trujillo, quien el 25 de abril de 1563, escogió un lugar ubicado en la margen derecha del río Zaña y muy próximo a él. Para la fundación se eligió “un antiguo tambo situado en el viejo camino de los incas, junto al frecuentado vado del río...” El lugar escogido para la nueva ciudad les pareció muy conveniente a los colonizadores, pues existía un sistema de riego, había agua abundante, bosques de algarrobos, tierra fértil y pocos indios, además ocupaba una posición intermedia entre Trujillo y San Miguel de Piura y tenía acceso a la sierra. En las épocas preincaica e incaica había habido una intensa ocupación del lugar, como puede verse por los restos existentes, especialmente de huacas. Muy cerca, a prudente distancia del río y en las faldas del cerro Corbacho, se encontraba el Tambo Real. Sin embargo, los españoles se ubicaron en una zona muy próxima al río. La plaza, centro de la nueva ciudad, quedó apenas a unos 200 metros del río. En cambio, los antiguos moradores del valle se habían ubicado en las faldas del cerro Corbacho, lejos del río y de lo que ahora llamaríamos sus áreas de inundación. El trazo de la nueva ciudad se hizo en cuadrícula, como en Lima y Trujillo. Se decidió que los españoles ocuparan la banda derecha del río, al norte, y que los indios ocupasen la banda izquierda, al sur. Vargas Ugarte en su Historia General del Perú dice al respecto que se acordó “...señalar por tierras, dehesas y éjidos de la villa y sus vecinos todas las tierras que quedaban a la banda Norte del río hacia Piura, tanto las que suben a la sierra como las que descienden hacia el mar y a los indígenas se les dio las de la otra banda, a fin de que el río dividiese las unas de las otras y se evitasen conflictos y depredaciones”. Sin embargo, tiempo después de pondría en evidencia la vulnerabilidad del lugar escogido para la fundación de la villa de Miraflores. La ciudad quedó junto al vado del río, que normalmente es un lugar que reúne buenas condiciones para cruzarlo en época de estiaje, como hizo Pizarro en 1532, pero totalmente inadecuado para instalar en sus inmediaciones un centro poblado, por ser fácilmente inundable.
Como puede verse la fundación de la nueva ciudad fue planificada cuidadosamente, y con bastante anticipación, de acuerdo a los conceptos de la época. La intención era hacer de Zaña una gran capital regional, como ha sido claramente señalado por la historiadora estadounidense Susan E. Ramírez. Sin embargo, su ubicación en las áreas de inundación del río la volvió extremadamente vulnerable. Lo mismo ocurría con gran parte de su valle. Luego de la fundación se repartieron solares y tierras a 41 vecinos provenientes de Trujillo, que se establecieron para fundar la villa. La jurisdicción de Zaña se extendió desde los arenales próximos a Pacasmayo hasta Jayanca. Diez años después de la fundación se decía que “la producción del valle era grande en trigo y maíz y mucho ganado de cría, especialmente de cerda, por los muchos algarrobales que existen...”. La agricultura continuó expandiéndose, sembraron caña de azúcar, trigo, frijoles, centeno, garbanzos, frutales y olivares. Como es sabido, en el valle de Zaña se encuentra la antigua hacienda Cayaltí, otrora emporio cañero de la zona. Más tarde desarrollaron intensamente la ganadería. Zaña se convirtió en un foco comercial importante de la costa norte. Su puerto era el de Chérrepe, a siete leguas de la ciudad, desde el que se realizaba el comercio interno y además se exportaba a Guayaquil, Panamá y Chile. A fines del siglo XVII Zaña había alcanzado gran esplendor y fama; era una ciudad de importancia que parecía destinada a rivalizar con Trujillo. A partir del corregimiento de Trujillo se desmembró el de Zaña, al que se agregó el partido de Chiclayo.
Una circunstancia muy conocida en la historia de Zaña es que en ella murió el jueves santo, 23 de marzo de 1606, durante una visita pastorl a Pacasmayo, Chérrepe, Reque y Zaña, el segundo arzobispo de Lima, más tarde canonizado como santo Toribio de Mogrovejo y, posteriormente, reconocido como patrón de Zaña y abogado de los indios, cuya fiesta se celebra el 27 de abril. Como consecuencia del auge económico originado por la agricultura, la villa de Zaña poseía hermosas residencias, varios conventos y ricos templos, que llegaban a siete, como los de San Agustín, la Iglesia Matriz, San Francisco, Las Mercedes, San Juan de Dios, Santa Lucía y la Parroquia de Indios. A los que puede añadirse la capilla anexa a la casa donde murió Santo Toribio. En su valle tenía próspera agricultura e intensa actividad comercial. Toda esta prosperidad se basaba en los excedentes económicos generados por la agricultura bajo riego. El obispo de Trujillo Baltasar Jaime Martínez de Compañón y Bujanda ordenó la preparación de un mapa topográfico de la provincia de Zaña, perteneciente a su obispado, y un plano de la ciudad, que hasta ahora se conservan. El convento de San Agustín, del que queda en pie una importante parte, es la obra de mayor valor arquitectónico de la villa de Zaña. El claustro, que data del siglo XVI, tiene unas hermosas arquerías de tipo romano. El convento estuvo en funciones hasta 1830, fecha en que fue abandonado, hasta el siglo XX en que durante los gobiernos del arquitecto Belaúnde se hizo algunas labores indispensables de limpieza y mantenimiento. El arquitecto Pimentel en un interesante artículo sobre Zaña expresa que las ruinas de sus iglesias y conventos constituyen “interesantes documentos para la historia de la arquitectura hispanoperuana”.
Se tiene una noticia muy clara de la importancia y opulencia de Zaña en la obra del licenciado lambayecano Justo Modesto Rubiños y Andrade, cura de Pacora y Mórrope, y cuyo padre había sido teniente corregidor de Zaña, quien en 1782 recordando lo que había sido la villa se refirió a ella como “...la más heroica y nunca vista de todas estas hermosas provincias, y en que se construyeron muy bellas casas a todo costo por la posibilidad de sus nobles vecinos. Los edificios, todos de bóvedas, y locerías que construyeron los mejores alarifes europeos, quienes delinearon aquellas magníficas obras, principiando por la iglesia matriz, que hasta hoy existe, aunque quebrantada, y un cabildo de portales en la plaza principal con las piezas correspondientes, y sala capitular; y en que las Religiones edificaron sus conventos a costa de muchos miles, en que coadyuvó el Rey...”. El licenciado Rubiños consideró a Zaña “un pequeño Potosí”. El historiador Vargas Ugarte dice que Zaña “fue una de las poblaciones más prósperas del norte”. La ciudad tenía tanta fama y riqueza que fue asaltada por el pirata Edward Davis, quien el 4 de marzo de 1686, luego de desembarcar en Chérrepe, saqueó la ciudad durante seis días. El historiador Teodoro Hampe Martínez, quien se refiere a Zaña como la “Sevilla del Perú”, menciona que los piratas “... se apoderaron de la ciudad, saquearon numerosas casas y acumularon un botín de 300 000 pesos en plata, joyas y ropa, además de 400 botijas de vino. Vargas Ugarte señala que este hecho “ahuyentó a sus habitantes y paralizó su desarrollo”. Como si esto fuera poco, al año siguiente la ciudad sufrió las consecuencias del terrible terremoto de 1687.
Sin embargo, la vinculación de Zaña con las desgracias y con las inundaciones era muy antigua. Collin Delavaud en su interesante libro sobre Las regiones costeñas del Perú Septentrional, dice que Zaña es “el que conoció las mayores vicisitudes de todos los valles del norte”. A los pocos años de fundada la ciudad se produjo el Meganiño de 1578, cuyos estragos fueron enormes, especialmente en lo que posteriormente sería el departamento de Lambayeque. Ese año llovió copiosamente en el norte del Perú durante aproximadamente dos meses. Se tiene noticia que las lluvias ocurrieron en Trujillo, Zaña, Chiclayo, Lambayeque, Piura y otros lugares de la costa norte. Como consecuencia de estas lluvias hubo numerosas inundaciones por desborde de ríos, que en algunos casos se sumaron a las originadas por el exceso de agua superficial proveniente de la lluvia en los lugares de drenaje insuficiente. En otras partes se produjo el conocido fenómeno de activación de quebradas. Por una razón u otra quedaron inundadas extensas áreas. Es fácil imaginar que tal exceso de agua en lugares habitualmente secos de la costa norte peruana, con predominio de construcciones precarias y mal ubicadas, es decir de alta vulnerabilidad, tendría que producir importantes daños. Se sabe de pérdida de vidas humanas, principalmente por ahogamiento, falta de alimentos y por problemas de salud. En Lambayeque perdieron la vida alrededor de mil personas. La villa de Zaña, que tenía quince años de fundada, sufrió con las lluvias de 1578 su primera inundación. El río se desbordó e inundó con gran fuerza la población. Un testigo señala que las aguas del río Zaña traían troncos de árboles arrancados de raíz, las casas quedaron destruidas y el río se llevó todo lo que por aquel entonces se llamaba el pueblo de los españoles. Las lluvias duraron unos cuarenta días. Indudablemente que esta inundación de la ciudad recientemente fundada mostró su vulnerabilidad, pero no se le dio a este acontecimiento la importancia debida.
En 1720 Zaña volvería a ser inundada por las aguas de su río, produciéndose su destrucción. Pero a pesar de eso aún quedan vestigios de su gloria, el misterio de su condición de pueblo fantasma, de villa perdida y mágica.
Tomado de: ROCHA FELICES, Arturo. La inundación de Zaña de 1720. Universidad Nacional de Ingeniería, 2007