martes, 2 de diciembre de 2008

GALERAS 6

EL GORDO WASHINGTON (DELGADO)
(El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos... Sí, pero también los recuerdos quedan, imborrables, como aferrándonos con ellos a la vida, a lo nuestro, a los nuestros.
Aquí, el recuerdo de un amigo, de un maestro.)
Una lejana tarde de mayo, en 1979, cuando tenía el privilegio de ser alumno del poeta Washington Delgado, quien con sus comentarios al margen y dominio del tema, no hacía sino confirmar que la poesía del Siglo de Oro Español es una delicia sin tiempo y sin fin, esa tarde, decía, coincidí con él en la puerta cerrada del aula, como dos almas en pena porque como de costumbre había paro de los trabajadores de San Marcos. La penumbra de la hora del ángelus, en esa zona de aulas de madera donde el Programa Académico de Literatura tenía dos, y que era conocida como "El Gallinero", en el tercer piso del pabellón de letras, justo al costado de donde llega la rampa, y en las que al ingresar era de ley encontrar los vestigios de ardientes jornadas de amor (toallas femeninas, papel higiénico, trusas que en la oscuridad no se habían podido encontrar), olores de letrina, o a las parejas o a los locos en franco desbande hacia sus respectivos clímax, permitió que Washington Delgado después de pedirme que esperásemos un ratito porque "si llegan más alumnos podemos hacer la clase en un cafetín", pontifique algo sobre literatura peruana, en especial sobre los orígenes, sobre las bases de la poesía peruana del siglo XX, cuando se iba como espuma de cerveza el último año de la década de los setenta. El Gordo Washington (como cariñosamente le decíamos, entre nosotros, los de mi base), pensaba que hubo dos primeras piedras, ambas consecuencia del González Prada pensador y del González Prada poeta, y de los obvios vasos comunicantes. Esos pilares eran, para el maestro, Abraham Valdelomar y su poema "Tristitia", y José María Eguren y su "Niña de la lámpara azul". Allí no más, en la Generación del Centenario, cada una de esas dos orientaciones habrían de tener a sus representantes más distinguidos y hasta la fecha insuperados: Valdelomar predecería a nuestro poeta mayor César Vallejo, y Carlos Oquendo de Amat devendría de la poderosa influencia musical y de imágenes de Eguren. El proyecto poético de Martín Adán trataría de beber de las dos vertientes. Fuera de que estemos de acuerdo o no, con aquello que apasionadamente me explicó el doctor Delgado, mientras jalaba aire como si tuviera frío y que era su costumbre luego de que lanzara una afirmación contundente o polémica, y que después con modificaciones, en 1980, aparecería en su libro sobre Literatura Peruana, lo cierto es que para mí como para el autor de Un mundo dividido, dos poetas irrenunciables son Vallejo y Oquendo. Próximamente en GALERAS DIGITAL, simplemente transcribiremos versos del hechicero de la palabra de Santiago de Chuco, porque sin decir nada, la suya es poesía universal; es POESÍA y basta. Hoy, le tocó el turno al poeta que representa la obsesión recurrente de este Galeote paranoico: "¡Oquendo, Oquendo, Oquendo, tan pálido, tan triste, tan débil que hasta el peso de una flor te rendía!":
Mírame
que haces crecer la yerba de los prados
(...)
Ataré mi corazón como una cinta a tus trenzas
(...)
Para ti tengo impresa una sonrisa en papel japón
(...)
Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
(...)
r
o
s
n
e
c
s
a
n
u
compró para la luna 5 metros de poemas
(...)
Mujer mapa de música claro de río fiesta de fruta
(...)
mou Abel tel ven abel en el té (...)
... el vaso de agua de tu cuerpo y los dos reales de tus ojos nuevos
Al recordar al poeta maestro, Washington Delgado, y a un diálogo circunstancial que se pierde en los laberintos de mi memoria, me felicito por haberlo conocido así, solamente en los recintos académicos de San Marcos. Decían que recibía a los jóvenes en su casa de Lince. No fue necesario conocerlo en la paz de su hogar, porque habitaba y sigue habitando en todas partes con sus versos y con sus lecciones sobre literatura o sobre lo que es lo mismo, la vida. Gracias amigo de Las formas de ausencia, y de estos versos:
Te estoy perdiendo
en cada voz que escuchas,
en cada rostro que contemplas,
en cada gesto tuyo,
en cada lugar
que recibe a tu cuerpo.
Ser como la luz
que te envuelve, por la que dejas
un retazo de sombra. Ser
como la noche que te obliga
a un pensamiento, a un deseo,
a un sueño.
Ser una materia leve,
una corriente extensa
que te persiga siempre.
No ser esto que soy
y que te está perdiendo.

GALERAS 5

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