sábado, 29 de noviembre de 2008

GALERAS 4

RECORDANDO AL MOSQUITO Y SUS OJERAS DE MAÑOSO

La presentación decía así:

Los mosquitos volamos, y en el aire, desde las alturas, vemos todo… Los mosquitos picamos con nuestra lanceta que parece la nariz del mentiroso Pinocho… Los mosquitos conocemos a todas y a todos tal como llegaron al mundo, puros y castos… Los mosquitos sabemos dónde picar cuando las chicas reciben al sol en la playa y cuando los hombres tienen los ojos cansados de ver lo que no deben… Los mosquitos como yo tenemos nuestra mosquita que más que una mosquita muerta es la comandante en jefe de los ejércitos del bien y del mal… Yo, como mosquito, tengo unas ojeras negras, profundas y viejas, que están así de tanto mirar los espectáculos del Perú y del mundo… Te he de comer con estos ojos sombreados de ojeras y de legañas, nada se me escapará si eres pez de la farándula... LAS OJERAS DEL MOSQUITO es una revista semanal especializada en espectáculos que son universos para ser, por sobre todo, vistos. De allí el cansancio visual de nuestro mosco jijuna. Y como todo insecto de su naturaleza ha de picar, pero más con los ojos que con otra cosa. Será molesto con sus zumbidos. Dará en el clavo cuando la ocasión lo amerite. No habrá DDT, ni espirales de humo, ni repelentes que impidan sus voluntades irrefrenables… LAS OJERAS DEL MOSQUITO han llegado para entretenernos y para quedarse en los mosquiteros y en el corazón de los peruanos…

Las consentidas (selección corregida y aumentada) están al inicio de estas GALERAS 4.

GALERAS 3

BABILONIA REVISITADA
(Segunda Parte) Charlie no puede liberarse del pasado
III
Despertó sintiéndose feliz. La puerta del mundo estaba abierta otra vez. Hizo planes, trazó panoramas, futuros para Honoria, pero de pronto se entristeció, recordando todos los planes que había hecho con Helen. Ella no tenía planeado morir. Lo importante era el presente: un trabajo que hacer y alguien a quien amar. Pero no amar demasiado, pues Charlie sabía el daño que un padre puede inferir a una hija o una madre a un hijo cuando se apegan demasiado a ellos. Después, cuando se encuentra en el mundo, el chico busca en el cónyuge la misma ciega ternura y, como es probable que no la halle, se vuelve contra el amor y la vida. Era otro día luminoso, vigorizante. Llamó a Lincoln Peters al banco en que trabajaba y le preguntó si podía contar con llevarse a Honoria cuando se fuese a Praga. Lincoln admitió que no había motivos para demoras. Una cosa: la tutoría legal. Marion quería conservarla un tiempo más. Todo eso la había trastornado, y todo resultaría más fácil si sentía que tenía la situación en sus manos durante otro año. Charlie aceptó, pues sólo quería a su hija, visible, tangible. Luego, la cuestión de la institutriz. Charlie, sentado en una lúgubre agencia, conversó con una malhumorada bearnesa y con una rolliza campesina bretona, a ninguna de las cuales habría podido soportar. Había otras, a quienes entrevistaría al día siguiente. Almorzó con Lincoln Peters en Griffons, tratando de contener su alegría. -No hay nada como el hijo propio -dijo Linnncoln-. Pero espero que entiendas también lo que siente Marion. -Se ha olvidado de lo mucho que trabajé allá, durante siete años -respondió Charlie-. Sólo se acuerda de una noche. -Una cosa más. -Lincoln vaciló-. Mientras tú y Helen corrían por Europa, malgastando dinero, nosotros nos las arreglábamos apenas para vivir. No me tocó nada de la prosperidad, porque jamás avancé lo bastante para pagar otra cosa que mi seguro. Creo que Marion sintió que había algo de injusticia en eso... tú ni siquiera trabajabas al final, y te enriquecías cada vez más. -Se fue tan rápido como vino -dijo Charlie.. -Sí, gran parte de eso quedó en manos de los chasseurs y saxofonistas y los maitres; bueno, la gran fiesta ha terminado. Te lo digo para explicarte lo que siente Marion en relación con esos años locos. Si pasas por casa alrededor de las seis, antes que Marion esté demasiado cansada, arreglaremos los detalles allí mismo. De regreso a su hotel, Charlie encontró un pneumatique que había sido remitido desde el Ritz, donde dejó su dirección con el fin de encontrar a cierta persona. Querido Charlie: Te mostraste tan extraño el otro día, cuando te vimos, que me pregunté si había hecho algo que te ofendiera. No tengo conciencia de haberlo hecho. En realidad, pensé mucho en ti, el año pasado, y en el fondo de mis pensamientos estaba siempre la idea de que podría verte si iba allá. Pasamos tan buenos momentos en esa loca primavera, como la noche en que tú y yo robamos el triciclo del carnicero, y la vez que tratamos de visitar al presidente y tú tenías el ala del sombrero y el bastón de alambre. Últimamente todos parecen tan viejos, pero yo no me siento nada envejecida. ¿No podríamos vernos hoy, en algún momento, para recordar tiempos pasados? Ahora tengo un tremendo dolor de cabeza, pero esta tarde me sentiré mejor y te esperaré a eso de las cinco en el bar del Ritz. Siempre con cariño, Lorraine. Su primer sentimiento fue de horror al pensar que en sus años maduros hubiese podido robar un triciclo y pedalear con Lorraine por la Etoile, entre las últimas horas de la noche y el alba. Retrospectivamente, resultaba una pesadilla. Dejar en la calle a Helen no concordaba con ningún otro acto de la vida, pero el incidente del triciclo, sí; era uno de tantos hechos similares. ¿Cuántas semanas o meses de libertinaje hacían falta para llegar a ese estado de absoluta irresponsabilidad? Trató de imaginar qué le parecía entonces Lorraine: muy atrayente. Helen se sentía muy desdichada al respecto, aunque no decía nada. La víspera, en el restaurante, Lorraine le había parecido vulgar, borrosa, gastada. Decididamente, no quería verla, y se alegró de que Alix no hubiese revelado la dirección de su hotel. En cambio, resultaba un alivio pensar en Honoria, en domingos pasados con ella, y en decirle buenos días y saber que estaba allí, en casa, por la noche, respirando en la oscuridad. A las cinco tomó un taxi y compró regalos para todos los Peters: una traviesa muñeca de paño, una caja de soldados romanos, flores para Marion, grandes pañuelos de hilo para Lincoln. Cuando llegó al departamento vio que Marion había aceptado lo inevitable. Lo saludó como si fuese un miembro recalcitrante de la familia, antes que como un extraño peligroso. Honoria había sido informada de que se iba; Charlie se alegró de que el tacto de la niña la hiciera ocultar su excesiva dicha. Sólo en su regazo le susurró su placer y la pregunta "Cuándo", antes de ir a reunirse con los otros chicos. El y Marion estuvieron a solas durante un minuto en la habitación, y en un impulso, Charlie habló con osadía: -Las pendencias de familia son cosas amargas. No se desarrollan de acuerdo con reglas. No son como los dolores o las heridas; se parecen más a rasgaduras de la piel, que no curan porque no hay material suficiente. Me gustaría que tú y yo tuviéramos mejores relaciones. -Algunas cosas resultan difíciles de olvidar -respondió ella-. Es un problema de confianza. -No había respuesta para esa información. Luego ella preguntó: ¿Cuándo te propones llevártela? -En cuanto consiga una institutriz. Tenía pensado irme pasado mañana. -Es imposible. Tengo que poner sus cosas en condiciones. No podrá ser antes del sábado. Charlie cedió. Al regresar, Lincoln le ofreció una bebida. -Tomaré mi whisky del día -dijo Charlie. El ambiente estaba cálido, era un hogar, gente reunida junto al fuego. Los chicos se sentían muy seguros e importantes; la madre y el padre estaban serios, vigilantes. Existían para ellos cosas más importantes que la visita de él. Una cucharada de remedio tenía, al fin de cuentas, más importancia que las tensas relaciones entre Marion y Charlie. No eran gente chata, pero se encontraban presos de la vida y las circunstancias. Se preguntó si no podría hacer algo para sacar a Lincoln de su rutina del banco. Un largo timbrazo en la puerta de calle; la bonne a tout faire cruzó la sala y siguió por el pasillo. La puerta se abrió junto con otro timbrazo, luego hubo voces y los tres que se encontraban en el salón permanecieron a la expectativa. Lincoln se movió para que el corredor quedara dentro de su campo de visión, y Marion se puso de pie. La criada regresó, seguida de cerca por las voces, que bajo la luz se convirtieron en Duncan Schaeffer y Lorraine Quarles. Estaban alegres, reían, lanzaban risotadas. Durante un momento Charlie se quedó atónito, incapaz de entender de dónde habían conseguido la dirección de Peters. -¡Ahhh! -Duncan agitó el dedo picarescamennnte ante Charlie-. ¡Ahhh! Ambos dejaron otra cascada de risas. Ansioso y desconcertado, Charlie les estrechó la mano con rapidez y los presentó a Lincoln y Marion. Esta saludó con un movimiento de cabeza, casi sin hablar. Había retrocedido un paso, hacia el fuego; su hijita estaba junto a ella, y Marion le pasó un brazo sobre los hombros. Con un creciente disgusto ante la invasión, Charlie esperó a que los recién llegados se explicaran. Al cabo de un esfuerzo de concentración, Duncan dijo: -Vinimos a invitarte a cenar. Lorraine y yo insistimos en que tiene que terminar todo este asunto de la cautela y el secreto de tu dirección. Charlie se acercó a ellos, como para obligarlos a retroceder hacia el corredor. -Lo siento, pero no puedo, Díganme donde piensan estar y les telefonearé dentro de media hora. No les produjo impresión alguna. Lorraine se sentó de súbito en el brazo de un sillón y concentrando la mirada en Richard exclamó: -¡Oh, que chiquillo encantador! Ven aquí... -Richard miró a su madre, pero no se movió. Con un perceptible encogimiento de hombros, Lorraine se volvió hacia Charlie. -Ven a cenar. Estoy segura de que a tus primos no les molestará. Te veo tan poco... -No puedo -repuso Charlie con sequedad-. Vayan a cenar ustedes, y yo los llamaré. La voz de ella se volvió desagradable. -Está bien, nos iremos. Pero recuerdo una vez que golpeaste a mi puerta a las cuatro de la mañana. Fui lo bastante comprensiva como para darte un trago. Vamos Dunc. Todavía con movimientos lentos, con el rostro vago, colérico, los pasos inseguros, se retiraron por el corredor. -Buenas noches -dijo Charlie. -¡Buenas noches! -exclamó Lorraine con énfaasis. Cuando volvió al salón, Marion no se había movido, sólo que ahora su hijo se encontraba de pie, dentro del círculo del otro brazo. Lincoln continuaba meciendo a Honoria de izquierda a derecha, como un péndulo horizontal. -¡Qué insolencia! estalló Charlie-. ¡Que enorme insolencia! Nadie le contestó: Se dejó caer en una butaca, tomó su vaso, lo volvió a dejar y dijo: -Gente a la cual hace dos años que no veo y que tiene el colosal descaro... Se interrumpió. Marion había exclamado "¡Oh!" en una veloz y furiosa explosión de sonido; hizo un movimiento brusco con el cuerpo y salió de la habitación. Lincoln dejó a Honoria con cuidado en el suelo. -Chicos, vayan y empiecen a tomar la sopa -dijo, y cuando obedecieron continuó, hablando a Charlie-: Marion no está bien, y no puede soportar golpes. Ese tipo de personas la enferman físicamente. -Yo no les dije que vinieran. Le habrán sonsacado tu nombre a alguien. Deliberadamente... -Bueno, es una lástima. Eso no ayuda para nada. Perdóname un momento. A solas, Charlie se quedó sentado, tenso. En la habitación vecina podía oír a los chicos comiendo, hablando en monosílabos, olvidados ya de la escena que se había desarrollado entre los mayores. Oyó un murmullo de conversación en una habitación más lejana y después el tintineo de un tubo telefónico descolgado, y presa de pánico se dirigió al otro extremo de la habitación, para no escuchar. Un minuto más tarde volvió Lincoln. -Mira, Charlie, creo que será mejor que nos olvidemos de la cena de esta noche. Marion se siente mal. -¿Está enojada conmigo? -Más o menos -respondió él con rudeza. No es fuerte y... -¿Quieres decir que ha cambiado de opinión con respecto a Honoria? -En este momento se siente muy dolorida. No sé. Telefonéame mañana al banco. -Querría que le explicaras que jamás se me ocurrió que esa gente vendría aquí. Estoy tan enojado como ustedes. -Ahora no podría explicarle nada. Charlie se puso de pie. Tomó su sombrero y abrigo, y salió al corredor. Luego abrió la puerta del corredor y dijo con voz extraña: -Buenas noches, chicos. Honoria se puso de pie y corrió alrededor de la mesa para abrazarlo. -Buenas noches, querida -dijo él con tono vago, y luego, tratando de hacer que su voz sonara más tierna, tratando de conciliar algo-: Buenas noches, queridos.
IV
Fue directamente al bar del Ritz, con la furiosa idea de buscar a Lorraine y Duncan, pero no estaban allí, y se dio cuenta de que, sea como fuere, nada podía hacer. No había tocado su bebida en lo de Peters, y pidió un whisky con soda. Paul se acercó para saludarlo. -El cambio es grande -dijo con tristeza-. Tenemos la mitad de clientes que antes. He oído hablar de muchos que en Estados Unidos lo perdieron todo, quizá no en el primer colapso de la Bolsa, pero sí en el segundo. Tengo entendido que su amigo George Hardt perdió hasta el último centavo. ¿Usted ha vuelto a Estados Unidos? -No, estoy trabajando en Praga. -Oí decir que había perdido mucho dinero en la Bolsa. -Sí -y agregó con acento tétrico-, pero desspués, con el auge, perdí todo lo que tenía. -Vendió todo lo que tenía... -Algo por el estilo. Una vez más, el recuerdo de aquellos días lo barrió como una pesadilla: la gente que habían conocido en los viajes, gente que no sabía sumar una columna de cifras o pronunciar una frase coherente. El hombrecito con quien Helen consintió en bailar en la fiesta del barco, y que la insultó a tres metros de la mesa; las mujeres y jovencitas que eran sacadas de lugares públicos, chillando, repletas de bebidas o drogas... ...Los hombres que dejaban a sus mujeres en la nieve, porque la nieve del veintinueve ya no era real. Si uno no quería que fuese nieve, gastaba un poco de dinero y lo lograba. Se dirigió al teléfono y llamó al departamento de Peters, lo atendió Lincoln. -Te llamé porque eso me preocupa. ¿Marion ha dicho algo definitivo? -Marion se siente mal -respondió Lincoln con laconismo-. Sé que no tienes la culpa del todo, pero no me es posible permitir que quede destrozada por esto. Me temo que tendremos que dejar pasar unos seis meses. No puedo correr el riesgo de que vuelva a caer en este estado. -Entiendo. -Lo siento, Charlie. Volvió a su mesa. Su vaso de whisky estaba vacío, pero sacudió la cabeza cuando Alix lo miró interrogadoramente. Ahora ya no podía hacer gran cosa, salvo enviar a Honoria algunos regalos; mañana le mandaría muchos. Pensó, con cierto enojo, que eso no era más que dinero... había dado dinero a tanta gente... -No, basta -dijo a otro camarero-. ¿Cuánto debo? Algún día volvería; no podían hacerle pagar eternamente. Pero quería a su hija, y aparte de ese hecho no había ninguna otra cosa buena. Ya no era joven, ni tenía una cantidad de pensamientos y sueños que pensar y soñar a solas. Estaba seguro de que Helen no habría querido que se sintiera tan solo.

GALERAS 2

Los periodistas somos, por sobre todo, REDACTORES. Obviamente redactamos para el periodismo escrito, pero también para el periodismo radial y para el televisivo (¿qué creen que leen los ojitos dormilones de Jessica Tapia cuando conduce Panorama?). Nuestros blogs serán los mejores ejemplos de que también redactamos para el periodismo digital. Y para redactar bien es necesario LEER mucho. Encontrar la lógica de los textos. Debemos llegar a sentir a la lectura como el exígeno vital que nos permite redactar (escribir) y disertar (hablar) con propiedad y solvencia. Por ello, en GALERAS DIGITAL siempre difundiremos la palabra y el verbo de los grandes escritores. Para esta primera vez hemos escogido el cuento Babilonia revisitada del norteamericano Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), quien es uno de los representantes de la denominada "Generación Perdida", que vivió extremadamente la "vida loca" en el París de finalizada la primera gran guerra. Las novelas El último magnate y El gran Gatsby de Fitzgerald fueron llevadas al cine con mucho éxito. Muy en especial la segunda de las nombradas. En GALERAS DIGITAL tenemos escenas de dicho filme, protagonizado por Robert Redford y Mia Farrow.
Babilonia Revisitada cuenta el retorno a París (Babilonia) de un escritor norteamericano que en el pasado vivió allí largos años de bohemia y de alcoholismo. En ese París perdió a su esposa y dejó a una hija bajo el cuidado de su cuñada. Charles Wales piensa que está curado y ha regresado por la niña que ahora tiene 9 años. Pero a pesar de que París ya no es el mismo que conoció recae en su alcoholismo, pierde otra vez a su hijita, es derrotado por su sed de volver a vivir con su esposa irremediablemente muerta (a la que ve en sus sueños y delirios), triunfa su cuñada quien evita que él rehaga su vida con su hija. Son los días inmediatos a la quiebra de la Bolsa de Valores de Nueva York (1929).
BABILONIA REVISITADA
(Primera Parte)
Cuento Francis Scott Fitzgerald
Charlie vuelve a París para recuperar a su su hija, pero antes deberá demostrar que la merece
I
-¿Y dónde está Mr. Campbell? -preguntó Charlie. -Se fue a Suiza. Mr. Campbell es un hombre muy enfermo, Mr. Wales. -Lo lamento. ¿Y George Hardt? -averiguó Charlie. -Ha vuelto a Norteamérica, fue a trabajar. -¿Y dónde está El Pájaro de la Nieve? -Estuvo aquí la semana pasada. De cualquier manera, su amigo, Mr. Schaeffer, está en París. Dos nombres familiares de la lista de hace un año y medio. Charlie garabateó una dirección en su libreta y arrancó la página. -Si ve a Mr. Schaeffer, déle esto -dijo-. Es la dirección de mi cuñado. Todavía no me he establecido en un hotel. En realidad no lo desilusionó encontrar a París tan desierto. Pero el silencio que reinaba en el bar del Ritz era extraño y portentoso. Ya no era un bar norteamericano; se sintió cortés, y no como si le perteneciera. En eso se había vuelto a Francia. Sintió el silencio desde el momento en que bajó del taxi y vio al portero, antes por lo general hundido en un frenesí de actividad a esa hora, chismorreando con un chasseur junto a la entrada de los criados. Al pasar por el corredor escuchó una única voz aburrida en el baño de mujeres, otrora clamoroso. Cuando entró en el bar recorrió los seis metros de alfombra verde con la mirada clavada adelante, por antigua costumbre; y luego, con el pie afirmado en la barra, se volvió y examinó el salón, y sólo encontró un par de ojos que aletearon por encima de un periódico, en el rincón. Charlie preguntó por el jefe de mostrador: Paul, quien en los últimos días del alza de los valores de Bolsa iba a trabajar en su propio auto hecho de encargo, aunque desembarcaba de él, con la debida delicadeza, en la esquina más próxima. Pero Paul estaba ese día en su casa de campo y Alix era quien le proporcionaba las informaciones. -No, no -dijo Charlie-, en estos días he disminuido el ritmo. Alix lo felicitó: -Hace un par de años le daba duro. -Me mantendré firme -le aseguró Charlie-. Hace ya un año y medio que me mantengo firme. -¿Cómo está la situación en Norteamérica? -Hace meses que no voy. Me ocupo de negocios en Praga, represento a un par de empresas de allí. No saben nada de mí. Alix sonrió. -¿Recuerda la noche de la despedida de soltero de George Hardt? -preguntó Charlie-. De paso, ¿Qué es de la vida de Claude Fessenden? Alix bajó la voz confidencialmente: -Está en París, pero ya no viene aquí. Paul no se lo permite. Acumuló una cuenta de treinta mil francos, con todo lo que bebía y los almuerzos, durante más de un año. Y cuando Paul le dijo por último que tenía que pagar, le dio un cheque sin fondos. Alix meneó la cabeza con expresión de tristeza. -No lo entiendo, tan buen tipo. Ahora está todo hinchado... -Dibujó con las manos una manzana regordeta. Charlie contempló a un grupo de estridentes maricas que se instalaban en un rincón. "Nada los afecta -pensó-. Las acciones suben y bajan, la gente holgazanea o trabaja, pero ellos siguen sin parar." El lugar le resultaba opresivo. Pidió los dados y jugó con Alix por la bebida. -¿Se queda mucho tiempo, Mr. Wales? -Estaré cuatro o cinco días para ver a mi hijita. -¡Ahh! ¿Tiene una hijita? Afuera, los letreros color rojo fuego, azul de gas, verde fantasmal, brillaban, humosos, por entre la lluvia tranquila. La tarde estaba avanzada y las calles en movimiento: los bistros resplandecían. En la esquina del Boulevard des Capucines, tomó un taxi. La Place de la Concorde pasó de largo en rosada majestad; cruzaron el lógico Sena, y Charlie sintió la repentina cualidad provinciana de la orilla izquierda. Ordenó al conductor que pasara por la Avenue de l'Opéra, que no le quedaba de paso. Pero quería ver la hora azul extenderse por la magnífica fachada e imaginar que las bocinas de los coches, que tocaban interminablemente los primeros compases de La Plus que Lente, eran las trompetas del Segundo Imperio. Estaban cerrando la verja de hierro frente a la librería de Brentano, y la gente ya cenaba detrás del pulcro y pequeño cerco burgués de Duval. Cena de cinco platos, cuatro francos cincuenta, dieciocho centavos de dólar, vino incluido. Por alguna extraña razón, deseó estar allí. Mientras seguían hacia la Orilla Izquierda y sentía el repentino provincianismo de ésta, pensó: "yo mismo me arruiné en esta ciudad. No me di cuenta, pero los días venían uno tras otro, y de repente pasaron dos años, y todo desapareció, y yo también". Tenía treinta y cinco años, y buen aspecto. La movilidad irlandesa de su rostro era atemperada por la profunda arruga que tenía entre los ojos. Cuando tocó el timbre de la puerta de su cuñado, en la Rue Palatine, la arruga se ahondó hasta hacer descender las cejas; sintió en el vientre una sensación de calambre. Por detrás de la criada que abrió la puerta se precipitó una chiquilla encantadora, de nueve años, que chilló "¡Papito!" y voló, retorciéndose como un pez, a sus brazos. Le hizo girar la cabeza, tomándola de una oreja, y apoyó la mejilla contra la de él. -¡Oh, papito, papito, papito, papito, papá, papá, papá! Lo arrastró hacia el salón, donde esperaba la familia, un chico y una niña de la edad de su hija, su cuñada y el esposo. Saludó a Marion con la voz cuidadosamente dominada para evitar un entusiasmo fingido o un desagrado, pero la respuesta de ella fue de una tibieza más franca, aunque minimizó su expresión de inalterable desconfianza dirigiendo la mirada hacia la niña. Los dos hombres se estrecharon la mano en forma amistosa y Lincoln Peters posó una, durante un instante, en el hombro de Charlie. La habitación era cálida y cómodamente norteamericana. Los tres chicos se movían en ella con intimidad, pasaban, jugando, por los rectángulos amarillos que comunicaban con los otros cuartos; la alegría de las seis hablaba en los ávidos chasquidos del fuego y en los sonidos de actividad francesa de la cocina. Pero Charlie no se aflojó; tenía el corazón rígidamente sentado en el cuerpo y extraía confianza de su hija, que de vez en cuando se le acercaba, teniendo en brazos la muñeca que él le había llevado. -Muy bien, de veras -declaró en respuestta a la pregunta de Lincoln-. Los negocios no se mueven mucho allí, en general, pero a nosotros nos va mejor que nunca. En realidad, demasiado bien. El mes que viene haré viajar a mi hermana de Norteamérica, para que me atienda la casa. Mis ingresos del año pasado fueron mayores que cuando tenía dinero. ¿Sabes? Los checos... Su jactancia tenía un motivo específico, pero al cabo de un momento, al advertir cierta impaciencia en la mirada de Lincoln, cambió de tema: -Tienes unos hijos magníficos, bien educados, buenos modales... -Nosotros creemos que Honoria también es una buena chica. Marion Peters regresó de la cocina. Era una mujer alta, de ojos preocupados, que antaño había sido dueña de un fresco encanto norteamericano. Charlie nunca fue sensible a ese encanto y siempre se sorprendía cuando oía hablar a la gente de lo hermosa que había sido. Desde el comienzo hubo una antipatía instintiva entre ambos. -Bueno, ¿Cómo encuentras a Honoria? -preguntó ella. -Espléndida. Me asombró lo mucho que creció en diez meses. Todos los chicos tienen buen aspecto. -Hace un año que no llamamos a un médico. ¿Qué te parece estar de vuelta en París? -Me parece raro ver a tan pocos norteamericanos por aquí. -A mí me encanta -respondió Marion con vehemencia-. Ahora por lo menos puedes entrar en una tienda sin que se suponga que una es millonaria. Hemos sufrido como todos, pero en general resulta mucho más agradable. -Pero fue bueno mientras duró -dijo Charlie-. Eramos una especie de realeza casi infalible, estábamos rodeados de una especie de magia. En el bar, esta tarde... -balbuceó al darse cuenta de su eror- no había nadie conocido. Ella le lanzó una mirada penetrante. -Creí que ya estabas cansado de los bares. -Apenas me quedé un minuto. Bebo un trago todas las tardes, y nada más. -¿Quieres un cocktail antes de la cena? -inquirió Lincoln. -Sólo bebo un trago por la tarde, y ya lo he bebido. -Espero que lo cumplas -dijo Marion. Su desagrado resultaba evidente en la frialdad con que hablaba, pero Charlie sonrió; tenía planes más amplios. La agresividad de Marion le daba una ventaja, y sabía esperar. Quería que iniciaran la discusión de lo que, según sabían, lo había llevado a París. Durante la cena no pudo decidir si Honoria se parecía más a él o a la madre. Sería una suerte si no combinaba los rasgos de ambos que los habían llevado al desastre. Lo recorrió una gran oleada de sentimiento protector. Se le ocurrió que sabía que podía hacer por ella. Creía en el carácter; deseaba retroceder de un salto toda una generación y volver a confiar en el carácter como elemento eternamente valioso. Todo lo demás se desgastaba. Se despidió poco después de la cena. Sentía curiosidad por ver a París de noche, con ojos más claros y sensatos que los de otros tiempos. Pagó un strapontin en el Casino y contempló a Josephine Baker, que ejecutaba sus arabescos de chocolate. Una hora más tarde salió y se dirigió caminando hacia Montmartre, Rue Pigalle arriba, hasta la Place Blanche. La lluvia había cesado y algunas personas en trajes de noche bajaban de taxis frente a los cabarets, las cocottes se paseaban solas o en parejas, y se veía muchos negros. Pasó ante una puerta iluminada por la que salían sonidos de música, y se detuvo, con un sentimiento de familiaridad; era Bricktop, en donde se había desprendido de tantas horas y tanto dinero. Unas puertas más allá se encontró con otro antiguo lugar de reuniones, y asomó incautamente la cabeza. En el acto una ansiosa orquesta estalló en ruido, un par de bailarines profesionales se pusieron de pie de un salto y un maitre se precipitó hacia él, exclamando: "¡Está por llegar mucha gente, señor!". Pero Charlie se retiró con rapidez. "Había que estar borracho perdido", pensó. Zelli estaba cerrado, y los torvos y siniestros hoteles baratos que lo rodeaban se encontraban a oscuras. En la Rue Blanche había más luz y una muchedumbre francesa local, coloquial. La Cueva de los Poetas había desaparecido, pero las dos grandes bocas del Café del Cielo y el Café del Infierno seguían bostezando, e inclusive, mientras miraba, devoraron el magro contenido de un omnibus de turismo: un alemán, un japonés y una pareja norteamericana que lo miraron con ojos asustados. Eso, es lo que se refería al esfuerzo e ingenio de Montmartre. El negocio del vicio y el derroche se desarrollaba en escala absolutamente infantil, y de pronto reconoció el significado de la palabra "disipar": disiparse en el aire tenue, convertir algo en nada. En las altas horas de la noche, todo traslado de un lugar a otro era un enorme salto humano, un aumento del pago por privilegio de un movimiento cada vez más lento. Recordó billetes de mil francos entregados a una orquesta para que tocara una sola pieza, billetes de cien francos arrojados a un portero por llamar un taxi. Pero no había sido dado por nada. Había sido dado -aun las sumas más locamente dilapidadas- como una ofrenda al destino, para que le permitiera no recordar las cosas más dignas de ser recordadas, las que ahora recordaría siempre: su hija arrebatada, su esposa fugada a una tumba en Vermont. Bajo el resplandor de un brasserie, una mujer le habló. Le pagó unos huevos y café, y luego, esquivando su mirada alentadora, le dio un billete de veinte francos y tomó un taxi hasta su hotel.
II
Despertó en un magnífico día de otoño: tiempo de fútbol. La depresión de la víspera había desaparecido, y le gustó la gente en la calle. Al mediodía se encontraba sentado frente a Honoria, en Le Gran Vatel, el único restaurante que se le ocurrió, y que no le recordaba cenas con champagne y prolongados almuerzos que empezaban a las dos y terminaban en un crepúsculo borroso y vago. -¿Qué te parece alguna verdura? ¿No debeerías comer verdura? -Bueno, sí. -Aquí hay épinards y chou-fleur> y zanahorias y haricots. -Me gustaría un poco de chou-fleur.< -¿No quieres dos verduras? -Por lo general como una sola durante el almuerzo. El camarero fingía adorar desmesuradamente a los niños. Qu'elle est mignonne la petite! Elle parle exactement comme une francaise. -¿Y de postre? ¿Esperamos? El camarero desapareció. Honoria miró a su padre con expresión de expectativa. -¿Qué vamos a hacer? -Primero iremos a esa juguetería de la Rue Daint-Honoré y compraremos lo que quieras. Después, al vodevil del Empire. Ella vaciló. -El vodevil me gusta, pero no lo de la juguetería- ¿Por qué? -Bueno, ya me regalaste esta muñeca. -La llevaba consigo-. Y tengo montones de cosas. Y ya no somos ricos, ¿verdad? -Nunca lo fuimos. Pero hoy puedes tener todo lo que quieras. -Muy bien -aceptó ella, resignada. Cuando estaban la madre y una niñera francesa, él había mostrado tendencia a ser estricto; ahora se daba en mayor medida, buscaba una nueva tolerancia; tenía que ser ambos padres a la vez para su hija y no excluirla de ninguna comunicación. -Quiero conocerte -dijo con gravedad-. Ante todo, permíteme que me presente. Me llamo Charles J. Wales, de Praga. -¡Oh papito! -La voz se le quebró de rissa. -¿Y quién eres tú, por favor? -insistió y ella aceptó el papel inmediatamente: -Honoria Wales, Rue Palatine, París. -¿Casada o soltera? -No, casada no, soltera. El indicó la muñeca. -Pero veo que tienes una hija, madamme... Como no quería desheredarla, se la llevó al corazón y pensó con rapidez: -Sí, estuve casada, pero ya no lo estoy.. Mi esposo ha muerto. -¿Y el nombre de la niña? continuó él. -Simone. Por mi mejor amiga de la escuela. -Me alegro de que te vaya tan bien en la escuela. -Este mes soy la tercera -se jactó la niiña-. Elsie -era su prima- es apenas la decimoctava, y Richard está abajo de todo. -Quieres a Richard y Elsie, ¿no? -Oh, sí. Richard me gusta mucho, y a ella también la quiero. Con cautela, y fingiendo negligencia, él preguntó: -¿Y a tía Marion y tío Lincoln? ¿A cuál de los dos quieres más? -Oh, a tío Lincoln, supongo. Charlie tenía cada vez más conciencia de la presencia de su hija. Cuando entraron los siguió un murmullo de "adorable", y ahora la gente de la mesa vecina dirigía hacia ella todos sus silencios, y la contemplaba como si fuese algo tan poco consciente como una flor. -¿Por qué no vivo contigo? -preguntó Honoria de pronto-. ¿Por qué mamá ha muerto? -Tienes que quedarte aquí y aprender más francés. A papá le habría resultado muy difícil cuidarte tan bien. -En realidad ya no necesito que me cuiden tanto. Lo hago todo yo misma. Al salir del restaurante, un hombre y una mujer lo saludaron inesperadamente: -¡Bueno, el viejo Wales! -Hola, Lorraine... Dunc. Repentinos fantasmas surgidos del pasado: Duncan Schaeffer, un amigo de la universidad. Lorraine Quarles, una rubia encantadora y pálida, de treinta años; una de una multitud que los había ayudado a convertir los meses en días, en los pródigos tiempos de hacía tres años. -Mi esposo no pudo venir este año -dijo ella, en respuesta a su pregunta-. Estamos tan pobres como el diablo. De modo que me pasa doscientos por mes; me ha dicho que me las arregle como peor pueda con eso... ¿Es tu hija? -¿Que te parece si entras de vuelta y nos sentamos? -inquirió Duncan. -No puedo. -Le alegró tener un excusa. Como siempre, sintió el atractivo apasionado y provocador de Lorraine, pero su propio ritmo era diferente ahora. -Bueno, ¿Y cenar juntos? -preguntó ella. -No estoy libre. Dame tu dirección y te llamaré. -Charlie, me parece que estás sobrio -dijo ella, con tono de sensatez-. De veras, creo que estás sobrio, Dunc. Pellízcalo, para ver si está sobrio. Charlie indicó a Honoria con la cabeza. Ambos rieron. -¿Cuál es tu dirección? -averiguó Duncan, escéptico. Charlie vaciló, pues no deseaba darles el nombre del hotel. -Todavía no estoy ubicado. Será mejor que te llame yo. Vamos a ver el vodevil del Empire. -¡Magnífico! Eso es lo que quiero hacer -dijo Lorraine-. Necesito ver algunos payasos y acróbatas y malabaristas. Eso es lo que haremos, Dunc -Primero tenemos que hacer una diligencia -replicó Charlie-. Quizá nos veamos allí. -Está bien, orgulloso... Adiós, bonita. -Adiós. Honoria saludó cortésmente con la cabeza. En cierto modo, un encuentro desdichado. Les gustaba porque funcionaba, porque era serio; deseaban verlo porque era más fuerte que ellos ahora, porque querían extraer cierto apoyo de su fuerza. En el Empire, Honoria, orgullosa, se negó a sentarse en el sobretodo plegado de su padre. Era ya un individuo con un código propio, Y Charlie se sintió cada vez más absorbido por el deseo de poner un poco más de sí en ella antes que cristalizara por completo. Era imposible tratar de conocerla en tan poco tiempo. En el entreacto se encontraron con Duncan y Lorraine, en el vestíbulo, donde tocaba la orquesta: -¿Vamos a beber? -Bueno, pero no en el bar. Nos sentaremos a una mesa. -El padre perfecto. Mientras escuchaba, distraído, a Lorraine, Charlie vio que la mirada de Honoria se apartaba de la mesa, y la siguió, ansioso por el salón, preguntándose qué estaría viendo. Los ojos de ambos se encontraron, y la niña sonrió, -Esa limonada me gustó -dijo. ¿Qué había dicho? ¿Qué esperaba él? Después, al regresar en un taxi, la atrajo hacia sí, hasta que su cabeza reposó en el pecho de él. -Querida, ¿alguna vez piensas en tu madre? -Sí, a veces -respondió Honoria con vaguedad. -No quiero que la olvides. ¿Tienes una foto de ella? -Sí, creo que sí. Por lo menos tía Marion tiene una. Por que no quieres que la olvide? -Te quería mucho. -Yo también. Guardaron silencio durante un momento. -Papito, quiero ir a vivir contigo -dijo ella de pronto. El corazón le saltó a Charlie en el pecho; había deseado que las cosas resultaran así. -¿No eres feliz? -Sí, pero te quiero más que a nadie. Y tú me quieres más que a nadie, ¿no es cierto, ahora que mamá ha muerto? -Por supuesto. Pero no siempre me querrás más que a nadie, tesoro. Crecerás y conocerás a alguien de tu edad y te casarás con él y te olvidarás de que alguna vez tuviste un padre. -Sí, es verdad- admitió ella con tranquilidad. El no entró. Regresaría a las nueve, y quería mantenerse fresco y nuevo para lo que debía decir entonces. --Cuando estés segura adentro, asómate por la ventana. -Muy bien. Adiós papá, papá, papá, papá.

GALERAS 1

GALERAS DIGITAL NUESTRA MÁS CANINA PRESENTACIÓN Nos posee una obvia necesidad de expresión, la que a su vez, impregnada de libertad, nos conmina a publicar GALERAS (esta vez DIGITAL), o el Blog de Víctor Tataje. Que no será otra cosa que la proposición de un diálogo abierto e infinito en la carretera de la información. GALERAS es una revista virtual de periodismo y de literatura (es decir, de todo): Así, tendremos Galeras Informativas, Galeras de Interpretación, Galeras de Opinión, Galeras de Investigación, Galeras de Crónica, Galeras de Reportaje, Galeras de Poesía, Galeras de Narración, Galeras de Crítica Literaria, etc. Pero, ya lo insinuamos, la voluntad de GALERAS no se detendrá ante ningún tema. Igual que a Terencio, nada de lo humano le será ajeno. En miscelanias o en números monográficos, iremos entregando, sin razón alguna: Galeras del Momento Actual (nacional o internacional), Galeras de Política, Galeras de Sociedad, Galeras de Historia, Galeras de Cine, Galeras de Música, Galeras de Guitarra, Galeras Escolar, Galeras de Filosofía, Galeras de Humor, Galeras de Espectáculos, Galeras de Historieta, Galeras de Folclore, Galeras de Vida Nocturna, Galeras de Mujeres, Galeras de Religión, Galeras de Fútbol, Galeras de Costumbres, Galeras de Amor, Galeras de Ciencias, Galeras de Crónica Negra, Galeras de Crónica Roja, Galeras de Sexo, Galeras de Libertad, Galeras de Compromiso, Galeras de Computacíón, Galeras de Antropología, Galeras de Psicología, Galeras de Psiquiatría, Galeras de Psicoanálisis, Galeras de Buengobierno, y todos los etcéteras habidos y por haber. Es decir cubriremos los infinitos temas que nos propone la vida, porque GALERAS DIGITAL será como la vida misma. Cuando GALERAS DIGITAL trate temas muy personales se denominarán GALERAS DEL GALEOTE (o sea yo). Dentro de ellas tendremos las Galeras de San Juan: el distrito de San Juan de Miraflores en Lima-Perú, donde he vivido casi toda mi vida, especialmente en cuanto a su historia. Las Galeras "del Mixto": mi colegio, la G.U.E. Mixta San Juan. Las Galeras del 74-C, o mi promoción de los lejanos años secundarios. Las Galeras Universitarias, que tratarán sobre mi paso por las universidades que marcaron mi formación y mi existencia: San Marcos, Villarreal, la Unica, Bausate y Mesa, la UBA, etc. Las Galeras de los Míos, cuando trate de mis seres queridos, de la amistad, del amor y de todo eso por lo que nos sentimos agradecidos con la vida. La palabra GALERA (que nosotros usamos en plural) es polisémica. Nos interesa que en el Perú sea sinónimo de "galerada" o la prueba tipográfica donde se corrige al universo todo. Nos enardece que así se le denomine a cualquier "cárcel de mujeres", de cabellos largos, perfumes y las navajas en las medias tibias y transparentes. Nos gusta que en el mundo vitivinícola peruano se le llame así al camino que con hilos se le hace a la parra para que los racimos de uva ocupen, cada uno, un lugar en el espacio, o para que la planta vaya trepando como una sábana por las paredes de la casa y para que forme un techito que cobije a la siesta o a la merienda, con su sombra. Nos identificamos con la Pampa Galeras, donde, a decir de los poetas puneños, la vicuñas bordan con sus gráciles saltos, los nombres de nuestras mujeres deseadas y amadas. Y por sobre todo, GALERAS DIGITAL como voluntad y como representación denota en nosotros las bodegas profundas y hediondas de las naves de la antiguedad, donde los hombres entregaban la vida para que la embarcación se moviera lenta o velozmente sin saber hacia dónde iban, donde quizás de lo único de lo que podían estar seguros era de que les esperaba pronto la muerte. En el nuevo milenio, como desde siempre, al mundo lo mueven millones de galeotes individuales o en grandes comunidades. Gloria a ellos, porque de ellos será el reino de los cielos, mas no para quien habla.